jueves, junio 19, 2014

Preguntas que me han nacido en este Mundial

-¿Quiénes son el director (o directores) y los camarógrafos de las transmisiones televisivas de los partidos? ¿Son un equipo local, onda de O Globo, o es un equipo especial de la FIFA? ¿Una task force especial para el Mundial?

-Y hablando de tele, ¿cómo hacen esas tomas cenitales de la cancha? ¿Tienen una cámara que cuelga de un cable que atraviesa todo el espacio aéreo del Maracaná? ¿O contrataron a Superman para que lleve la cámara?

-Y hablando del Maracaná, ese estadio tenía capacidad para 200.000 personas y ahora, tras una remodelación, quedó con un aforo de poco más de 70.000. ¿Qué hicieron con los otros puestos? ¿Le volaron un piso entero al estadio? ¿Lo llenaron de asientos XL?

-Ahora que España y Australia están eliminados, ¿igual tienen que jugar el 23 de junio? Y si no juegan, ¿le van a devolver la plata a toda esa gente que compró entradas? ¿Y la FIFA va a devolver la plata por los derechos de transmisión televisiva de un partido que no se va a jugar?

-¿Se puede acusar a TVN y a VTR de publicidad engañosa? El primero dijo que iba a tener todos los partidos del Mundial en su sitio web, pero no dijo que varios de ellos iban a estar en diferido. Y el segundo dice en su publicidad "vive el Mundial en VTR", pero los derechos de todos los partidos los tiene DirecTV. O sea, uno vería en VTR los mismos partidos que da la televisión abierta. ¿Cuál es la gracia? A menos que se refiera a todos esos programas de análisis deportivo que dan en ESPN y Fox Sports que no hay en la TV abierta. No sé.

-Y por último, ¿cómo nadie ha resucitado en estos días a Skank y su partida de futebol?

miércoles, junio 18, 2014

El desagravio, 25 años después

Escribo esto un poco en caliente. Tengo 30 minutos para subir esto antes de alejarme del computador por varias horas y que todas las ideas que se están revolviendo en mi cabeza se congelen.

Por años, apuesto, se hablará de este día. Independiente de que nos elimine Brasil en la próxima fase del Mundial (que es lo que más probablemente ocurrirá), lo ocurrido hoy es para anotarlo en los libros de la historia deportiva chilena. No por el hecho puntual en sí, haber eliminado a los actuales campeones del mundo que no pudieron anotar un solo gol. No por haber vencido a las probabilidades. O bueno, de más que sí por esos dos puntos, pero me quiero detener en otros dos. Uno, que este es el resultado de una generación de futbolistas que creció sin saber que Chile era "un equipo malo". Y dos, que este fue un desagravio, espectacular y electrizante, del penoso episodio vivido en esa misma cancha, la del Maracaná, hace 25 años.

Tengo casi 39 años y en mi infancia era habitual que la selección chilena perdiera cuanto partido internacional se pusiera por delante. Teníamos, supuestamente, cracks como Caszely y Elías Figueroa, pero que clasificáramos a un Mundial era la excepción de la regla, el resultado de la alineación planetaria, la anomalía espaciotemporal. Apostar a favor de Chile en las clasificatorias de cualquier Mundial era, para mí, un acto ridículamente romántico. "Si son todos malos estos weones", era la frase típica.

Y entonces, de a poco, empezaron a aparecer los que rompieron el molde, los que no se amilanaron por venir de Chile y salieron a ganar fuera como fuera. Apareció Zamorano con su paso legendario por el Real Madrid. Llegó Salas, que se lució en River Plate (inolvidable ese "Salas y River campeón, Salas y River campeón, River campeón, River campeón!"). El Chino Ríos que le importó un coco jugar contra André Agassi y así logró ser el número uno del mundo. Estos cabros de ahora, Alexis, Vidal, Valdivia, Mati Fernández, Bravo y el resto, todos crecieron con la imagen y el ejemplo de esos que los antecedieron y aprendieron que sí era posible, que un chileno sí puede ser campeón del deporte que se le antoje en el extranjero y, por extensión, en el mundo.

Mejor dicho, crecieron sin la idea que se implantó en mi generación: que éramos unos perdedores.

Hace rato que se dice que para tener deportistas de elite, triunfadores (y, en realidad, triunfadores en cualquier actividad de la vida) hay que formarlos desde chiquititos. Bueno, a todos los que creen que concentrar energías y recursos en las divisiones inferiores, en los cabros chicos, es algo innecesario o poco prioritario, ahora tienen la prueba de que hay que hacerlo.

Y mi otro punto. Ante el fervor de la actual competencia, no muchos se han dado cuenta de que la última vez que el equipo de Chile pisó la cancha del Maracaná fue en esa infame tarde de 1989 cuando Roberto "Cóndor" Rojas protagonizó ese fraude con bengala incluida que terminó marginándonos de dos Mundiales sin apelación. La última vez que Chile salió de ese estadio fue con oprobio, con rabia y, más tarde, con vergüenza. Ahora es distinto. Los hombres de Sampaoli entraron a reivindicar el nombre de Chile en ese césped, llegaron a limpiar la mancha que allí dejamos. Veinticinco años después Chile restableció el honor allí mancillado. En 1989 los jugadores salieron puteando e insultados, hoy lo hicieron entre decenas de miles de vítores, con la frente en alto, con la alegría máxima de haber eliminado a los campeones del mundo en buena lid, sin trampas, sin resquicios, sin artimañas. Con puro talento y, sobre todo, fútbol. Como estos cabros aprendieron. Como el ejemplo que les dieron. Porque nadie les dijo que no podían de esa manera.

Eso. No sé si mi marraqueta del desayuno de mañana estará más crujiente, pero sí se que muchos se levantarán más contentos, pensando, por un día que sea, que los problemas no son tan grandes y que, sí, todo se puede.

Ya, vayan a Plaza Italia.

PD: Porque #nadaesimposibleweonniunaweá

miércoles, junio 11, 2014

Volviendo a la cancha

Hace casi nueve años hice mi última anotación en este blog. Las razones se acumulan por kilos: falta de tiempo, desinterés, cambio de prioridades en la vida, un matrimonio, la paternidad… Sin embargo, no me pareció mala idea ahora probar a reactivarlo ya que estamos prontos a uno de los Mundiales más coloridos del último tiempo. El que un Mundial regrese a Sudamérica tras 36 años ha hecho que este país parezca ser más permeable a todo lo que involucra la “cita planetaria” (horrenda denominación de la que una amiga y yo nos reímos cada tanto), como que el tenerlo tan cerca hace que las vibras mundialeras traspasen con más fuerza nuestra frontera e impacten con más potencia la psique colectiva. Bueno, eso, y el que Chile esté clasificado para jugar otra vez. Y, lo reconozco, no me veo ajeno a la fiebre del Mundial.

A mi manera, claro. Por ejemplo, tengo un Kindle en el que empecé a descargar muestras de libros sobre fútbol. Hace poco pinché un link que anotó todos los partidos del Mundial en mi calendario Google. Y hace unos minutos me anoté, por primera vez en mi vida, en una polla mundialera. Así que, a tono con esta cosa rara que (más o menos) me da cada cuatro años, refloto este blog. A ver qué pasa, a ver qué sale.

Creo de rigor contar qué ha pasado, en mi (mínima) parte futbolera en estos nueve años. Para los lectores nuevos, este blog originalmente se llamaba “DLP al Mundial” y pretendía ser la crónica del viaje de mis dos hermanos y yo a ver el Mundial de Alemania 2006. Bueno, no tienen que escarbar mucho para ver que ese plan capotó. No conseguimos ninguna entrada por las vías oficiales; en el lapso de seis meses mis hermanos, separadamente, se bajaron del proyecto; nunca tomé las clases de alemán que pretendía; conocí a la chica que, años después, se convirtió en mi esposa (con la reasignación de recursos monetarios que eso implica) y además me cambié de trabajo, lo que hizo que los días de vacaciones que estaba guardando se resetearan a cero. Al final, como la gran mayoría de los chilenos, vi el Mundial de Alemania 2006 en la tele.

Por supuesto que para el Mundial de 2010 seguí con esa tendencia mayoritaria. El pegarse el pique a Sudáfrica estaba dentro del presupuesto de muy pocos chilenos y yo no estaba entre ellos. Y ni hablar de hacerlo pagando además entradas. Sumemos que ya estaba casado y con una hija, que nació pocos meses antes del Mundial. En ese entorno uno no agarra las maletas y se va a jugar al hincha al otro lado del océano. No pues. Hay otras prioridades. Prioridades maravillosas, por cierto; si antes veía partidos solo, entonces me acompañaban mi mujer y mi hijita, a la que vestíamos con un osito rojo cada vez que jugó Chile, como cábala. Nunca resultó como cábala, pero era divertido jugar a eso.

Y entremedio de estos nueve años vi así a la pasadita la Copa América de 2011 (tan a la pasadita que recién tuve que meterme a Wikipedia para ver el año y quién ganó), me conseguí un par de juegos FIFA para mi PlayStation 2, pero no añadí ningún tema nuevo a mi lista de mp3 sobre fútbol ni compré libros sobre el tema. Lo que sí hice fue adquirir la algo snob tradición de ver cada año la final de la Champions League, partido que veo con picoteo y una botella de cerveza artesanal. Partido que se me olvida completamente al lunes siguiente.

Pero bueno, aquí hay una nueva oportunidad de formar parte, de alguna manera, de una fiesta que, para bien y para mal, tiene a casi todo el planeta paralizado, en fiesta, procastinando y dejando de lado, al menos por 90 minutos, los problemas que le agobian la vida. Quizás digan que el Mundial es un opio del pueblo, una bengala que nos distrae de los problemas reales, un botadero de plata y una forma de abultar los ya rebalsados bolsillos de los poderosos. Puede ser. De más que lo es. Pero, hey, es sólo cada cuatro años.

La fiesta comienza mañana. Vamos a divertirnos.