miércoles, junio 11, 2014

Volviendo a la cancha

Hace casi nueve años hice mi última anotación en este blog. Las razones se acumulan por kilos: falta de tiempo, desinterés, cambio de prioridades en la vida, un matrimonio, la paternidad… Sin embargo, no me pareció mala idea ahora probar a reactivarlo ya que estamos prontos a uno de los Mundiales más coloridos del último tiempo. El que un Mundial regrese a Sudamérica tras 36 años ha hecho que este país parezca ser más permeable a todo lo que involucra la “cita planetaria” (horrenda denominación de la que una amiga y yo nos reímos cada tanto), como que el tenerlo tan cerca hace que las vibras mundialeras traspasen con más fuerza nuestra frontera e impacten con más potencia la psique colectiva. Bueno, eso, y el que Chile esté clasificado para jugar otra vez. Y, lo reconozco, no me veo ajeno a la fiebre del Mundial.

A mi manera, claro. Por ejemplo, tengo un Kindle en el que empecé a descargar muestras de libros sobre fútbol. Hace poco pinché un link que anotó todos los partidos del Mundial en mi calendario Google. Y hace unos minutos me anoté, por primera vez en mi vida, en una polla mundialera. Así que, a tono con esta cosa rara que (más o menos) me da cada cuatro años, refloto este blog. A ver qué pasa, a ver qué sale.

Creo de rigor contar qué ha pasado, en mi (mínima) parte futbolera en estos nueve años. Para los lectores nuevos, este blog originalmente se llamaba “DLP al Mundial” y pretendía ser la crónica del viaje de mis dos hermanos y yo a ver el Mundial de Alemania 2006. Bueno, no tienen que escarbar mucho para ver que ese plan capotó. No conseguimos ninguna entrada por las vías oficiales; en el lapso de seis meses mis hermanos, separadamente, se bajaron del proyecto; nunca tomé las clases de alemán que pretendía; conocí a la chica que, años después, se convirtió en mi esposa (con la reasignación de recursos monetarios que eso implica) y además me cambié de trabajo, lo que hizo que los días de vacaciones que estaba guardando se resetearan a cero. Al final, como la gran mayoría de los chilenos, vi el Mundial de Alemania 2006 en la tele.

Por supuesto que para el Mundial de 2010 seguí con esa tendencia mayoritaria. El pegarse el pique a Sudáfrica estaba dentro del presupuesto de muy pocos chilenos y yo no estaba entre ellos. Y ni hablar de hacerlo pagando además entradas. Sumemos que ya estaba casado y con una hija, que nació pocos meses antes del Mundial. En ese entorno uno no agarra las maletas y se va a jugar al hincha al otro lado del océano. No pues. Hay otras prioridades. Prioridades maravillosas, por cierto; si antes veía partidos solo, entonces me acompañaban mi mujer y mi hijita, a la que vestíamos con un osito rojo cada vez que jugó Chile, como cábala. Nunca resultó como cábala, pero era divertido jugar a eso.

Y entremedio de estos nueve años vi así a la pasadita la Copa América de 2011 (tan a la pasadita que recién tuve que meterme a Wikipedia para ver el año y quién ganó), me conseguí un par de juegos FIFA para mi PlayStation 2, pero no añadí ningún tema nuevo a mi lista de mp3 sobre fútbol ni compré libros sobre el tema. Lo que sí hice fue adquirir la algo snob tradición de ver cada año la final de la Champions League, partido que veo con picoteo y una botella de cerveza artesanal. Partido que se me olvida completamente al lunes siguiente.

Pero bueno, aquí hay una nueva oportunidad de formar parte, de alguna manera, de una fiesta que, para bien y para mal, tiene a casi todo el planeta paralizado, en fiesta, procastinando y dejando de lado, al menos por 90 minutos, los problemas que le agobian la vida. Quizás digan que el Mundial es un opio del pueblo, una bengala que nos distrae de los problemas reales, un botadero de plata y una forma de abultar los ya rebalsados bolsillos de los poderosos. Puede ser. De más que lo es. Pero, hey, es sólo cada cuatro años.

La fiesta comienza mañana. Vamos a divertirnos.

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