miércoles, junio 18, 2014

El desagravio, 25 años después

Escribo esto un poco en caliente. Tengo 30 minutos para subir esto antes de alejarme del computador por varias horas y que todas las ideas que se están revolviendo en mi cabeza se congelen.

Por años, apuesto, se hablará de este día. Independiente de que nos elimine Brasil en la próxima fase del Mundial (que es lo que más probablemente ocurrirá), lo ocurrido hoy es para anotarlo en los libros de la historia deportiva chilena. No por el hecho puntual en sí, haber eliminado a los actuales campeones del mundo que no pudieron anotar un solo gol. No por haber vencido a las probabilidades. O bueno, de más que sí por esos dos puntos, pero me quiero detener en otros dos. Uno, que este es el resultado de una generación de futbolistas que creció sin saber que Chile era "un equipo malo". Y dos, que este fue un desagravio, espectacular y electrizante, del penoso episodio vivido en esa misma cancha, la del Maracaná, hace 25 años.

Tengo casi 39 años y en mi infancia era habitual que la selección chilena perdiera cuanto partido internacional se pusiera por delante. Teníamos, supuestamente, cracks como Caszely y Elías Figueroa, pero que clasificáramos a un Mundial era la excepción de la regla, el resultado de la alineación planetaria, la anomalía espaciotemporal. Apostar a favor de Chile en las clasificatorias de cualquier Mundial era, para mí, un acto ridículamente romántico. "Si son todos malos estos weones", era la frase típica.

Y entonces, de a poco, empezaron a aparecer los que rompieron el molde, los que no se amilanaron por venir de Chile y salieron a ganar fuera como fuera. Apareció Zamorano con su paso legendario por el Real Madrid. Llegó Salas, que se lució en River Plate (inolvidable ese "Salas y River campeón, Salas y River campeón, River campeón, River campeón!"). El Chino Ríos que le importó un coco jugar contra André Agassi y así logró ser el número uno del mundo. Estos cabros de ahora, Alexis, Vidal, Valdivia, Mati Fernández, Bravo y el resto, todos crecieron con la imagen y el ejemplo de esos que los antecedieron y aprendieron que sí era posible, que un chileno sí puede ser campeón del deporte que se le antoje en el extranjero y, por extensión, en el mundo.

Mejor dicho, crecieron sin la idea que se implantó en mi generación: que éramos unos perdedores.

Hace rato que se dice que para tener deportistas de elite, triunfadores (y, en realidad, triunfadores en cualquier actividad de la vida) hay que formarlos desde chiquititos. Bueno, a todos los que creen que concentrar energías y recursos en las divisiones inferiores, en los cabros chicos, es algo innecesario o poco prioritario, ahora tienen la prueba de que hay que hacerlo.

Y mi otro punto. Ante el fervor de la actual competencia, no muchos se han dado cuenta de que la última vez que el equipo de Chile pisó la cancha del Maracaná fue en esa infame tarde de 1989 cuando Roberto "Cóndor" Rojas protagonizó ese fraude con bengala incluida que terminó marginándonos de dos Mundiales sin apelación. La última vez que Chile salió de ese estadio fue con oprobio, con rabia y, más tarde, con vergüenza. Ahora es distinto. Los hombres de Sampaoli entraron a reivindicar el nombre de Chile en ese césped, llegaron a limpiar la mancha que allí dejamos. Veinticinco años después Chile restableció el honor allí mancillado. En 1989 los jugadores salieron puteando e insultados, hoy lo hicieron entre decenas de miles de vítores, con la frente en alto, con la alegría máxima de haber eliminado a los campeones del mundo en buena lid, sin trampas, sin resquicios, sin artimañas. Con puro talento y, sobre todo, fútbol. Como estos cabros aprendieron. Como el ejemplo que les dieron. Porque nadie les dijo que no podían de esa manera.

Eso. No sé si mi marraqueta del desayuno de mañana estará más crujiente, pero sí se que muchos se levantarán más contentos, pensando, por un día que sea, que los problemas no son tan grandes y que, sí, todo se puede.

Ya, vayan a Plaza Italia.

PD: Porque #nadaesimposibleweonniunaweá

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